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ONGI ETORRI

El hombre al desnudo

Jun 5, 2008

En días como hoy me viene bien un poco de autocomplacencia y vuelvo a echar mano de mi amiga Gioconda Belli para ello. No sé como es mi espalda, buy ni mis piernas, ni mi pecho, ni mis brazos, ni mi cintura.,ni mis nalgas…pero sé que mis manos son unas máquinas perfectas de sentir en cada abrazo de fusión, sé que mis labios son mi mejor espejo en la sonrisa que admiro, sé que mis ojos, aún llorando, descubren el alma y, sobre todo, sé que mi cerebro es capaz de sentir pasión, deseo, amor y el propio pulso de mi corazón, mi Mo Chuisle particular . Debo educarlo todavía a que deseo y realidad a veces no van unidos.

RECETA DE VARÓN
No importa si no es hermoso
-la fealdad en el hombre
puede despertar ciertos atávicos instintos femeninos-
pero es esencial que el pecho sea acogedor
y que los brazos ofrezcan la promesa
de abrazos apretados y tiernos.
Vello en el cuerpo o no,
es cuestión de gustos.
Personalmente los prefiero
tapizados,
con espacios de sombras oscuras
suaves al tacto,
y capaces de llenar el olfato
con el olor del día a flor de piel.
La cintura que se defina, por favor,
que no le sobre, ni le falte,
que no acuse el descuido del dueño,
más que en ciertas épocas permisibles
donde unas libritas de más,
son sólo testimonio de amables libaciones.
Las manos son definitivas:
deben saber sostener la cabeza de la mujer
con el celo con que el marinero le escatima al viento
la única lámpara de aceite en medio de la tormenta;
ser ágiles como pájaros o cabras de monte,
capaces de la forja del hierro, la lágrima,
y esculpir los intrincados artesonados del placer.
Las piernas también son importantes
pero les perdonamos las torceduras,
lo tosco, las imperfecciones,
si al encontrarnos con la boca
vemos una sonrisa en la que poder confiar
y unos ojos que nos aseguren la mañana.
La espalda masculina debe ser extensa
como una pradera por donde puedan pasearse los búfalos
y los heliotropos,
y es fundamental que en las caderas
se alcen dos colinas
inequívocas, sólidas,
que se nos queden prendidas a la memoria
cuando el hombre se vuelva para marcharse,
alejándose en la noche.
La voz que resuene con vibraciones de bajo
pero que sepa modular
la tensa y dulce melancolía del acordeón,
lamentando el fin de la luna en la ventana.
El hombre, al fin,
ese mítico animal
que reinventa siglo tras siglo
las quimeras que pueblan las obsesiones femeninas,
habrá de conservar,
-perdida la absoluta hegemonía-
todas aquellas cosas
galantes, fuertes, acogedoras,
que, a pesar de todos los pesares,
lo mantienen sólidamente anclado,
en el profundo, incansable mar,
de las hembras.

Por cierto, esta es mi amiga Gioconda: