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ONGI ETORRI

Los pecados de Haití

Ene 17, 2010

Así se titula un escrito magnifico (como siempre), que ha publicado Eduardo Galeano: «Los pecados de Haití».

Ahora que se habla de Haití en cada tertulia, en cada telediario…., ahora que 200.000 personas pueden haber muerto en este pais tan rico y tan pobre a la vez, cuando parece que ahora, una vez más, los EEUU serán los salvadores de un pais que ayudaron a destruir…, es cuando conviene, además de ayudar lo que podamos, leer estas cosas.

Haití se muere hoy de una forma brutal (a pesar de lo que diga algún obispo) , el problema principal hoy en día es la supervivencia de los que quedan con vida

LLoremos por Haití, por sus habitantes. Pero que las lágrimas no nos dejen quietos, ni en ayuda (cada cual lo que pueda o como pueda), ni en la protesta contra esa minoría de personas y gobiernos que han hecho de Haití un lugar  donde morir es muy facil, donde antes del terremoto ya no había  hospitales suficientes, ni  agua potable para toda la población, ni educación, ni libertad…

Ójala la reconstrucción sea no solo física sino también democrática.
Los pecados de Haití.      Eduardo Galeano
La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida,
esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba
recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el
cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después
de  haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó
y puso  al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer
gobernante electo  por voto popular en toda la historia de Haití y que había
tenido la loca  ocurrencia de querer un país menos injusto.

El voto y el veto

Para borrar las huellas de la participación  estadounidense en la dictadura
carnicera del general Cedras, los infantes de  marina se llevaron 160 mil
páginas de los archivos secretos. Aristide regresó  encadenado. Le dieron
permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el  poder. Su sucesor,
René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero  más poder que
Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo  Monetario o del
Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni  con un voto
siquiera.

Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas:  cada vez que Préval,
o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales  para dar pan a los
hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los  campesinos, no recibe
respuesta, o le contestan ordenándole:

-Recite la  lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que
hay que  desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos
pobres amparos para  uno de los pueblos más desamparados del mundo, los
profesores dan por perdido el  examen.

La coartada demográfica

A fines del año pasado cuatro diputados alemanes  visitaron Haití. No bien
llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos.  Entonces el embajador
de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el  problema:

-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre  quiere, y
el hombre haitiano siempre puede.

Y se rió. Los diputados callaron.  Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf,
consultó las cifras. Y comprobó que  Haití es, con El Salvador, el país más
superpoblado de las Américas, pero está  tan superpoblado como Alemania:
tiene casi la misma cantidad de habitantes por  quilómetro cuadrado.

En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue  golpeado por la
miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de  los pintores
populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado…  de artistas.
En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente.  Hasta hace
algunos años, las potencias occidentales hablaban más  claro.

La tradición racista

Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el  país hasta 1934. Se
retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del  City Bank y
derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones  a los
extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la  larga y
feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de
gobernarse a sí misma, que tiene “una tendencia inherente a la vida salvaje y  una
incapacidad física de civilización”. Uno de los responsables de la invasión,
William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: “Este es un
pueblo  inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los
franceses”.

Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica  de Francia:
una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En ‘El  espíritu de
las leyes’, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua:  “El
azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción.
Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan
aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que
Dios,  que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma
buena, en un  cuerpo enteramente negro”.

En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano  del mayoral. Los
esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los  negros eran esclavos
por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la  naturaleza, cómplice del
orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir  al amo y el amo
debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a  la hora de
cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de
Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: “Vagabundo,  perezoso,
negligente, indolente y de costumbres disolutas”. Más generosamente,  otro
contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro “puede desarrollar
ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras”.

La humillación imperdonable

En 1803 los negros de Haití propinaron  tremenda paliza a las tropas de
Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás  esta humillación infligida a la
raza blanca. Haití fue el primer país libre de  las Américas. Estados Unidos
había conquistado antes su independencia, pero  tenía medio millón de
esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de  tabaco. Jefferson, que
era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son  iguales, pero también
decía que los negros han sido, son y serán  inferiores.

La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra  haitiana
había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las
calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población  había
caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida  fue
condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la
reconocía.

El delito de la dignidad

Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente  supo ser, tuvo el coraje de
firmar el reconocimiento diplomático del país negro.  Bolívar había podido
reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando  ya España lo había
derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le  había
entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de  que
Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había
ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria,
cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había
salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no
invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados Unidos reconoció a Haití  recién sesenta años después del fin de la
guerra de independencia, mientras  Etienne Serres, un genio francés de la
anatomía, descubría en París que los  negros son primitivos porque tienen
poca distancia entre el ombligo y el pene.  Para entonces, Haití ya estaba en
manos de carniceras dictaduras militares, que  destinaban los famélicos
recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa  había impuesto a Haití la
obligación de pagar a Francia una indemnización  gigantesca, a modo de
perdón por haber cometido el delito de la  dignidad.

La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene  dimensiones
de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización
occidental.