Bastó que Estados Unidos tocara la campana de alarma para que el mundo temblara de miedo ante la perspectiva de una pandemia. A pesar de que han transcurrido nueve años desde que el famoso virus de la gripe aviar fuera detectado en Vietnam y no llegan aún a cien las víctimas mortales. Una media pues de once fallecimientos al año… ¡en todo el mundo! Un detalle insignificante que no impidió a George Bush emprender su segunda «guerra preventiva» en poco tiempo, ambulance esta vez para luchar contra otra arma de destrucción masiva tan vaporosa como las «encontradas» en Irak: el virus H5N1. A fin de cuentas había hallado también una poderosa «arma preventiva», un antiviral llamado Tamiflu que comercializaba la empresa suiza Roche y que en apenas unos días se convirtió en la gallina de los huevos de oro. De hecho, los ingresos por su venta pasaron de 254 millones en el 2004 a más de 1.000 millones en el 2005. Y su techo es imprevisible dada la grotesca reacción de los gobiernos occidentales con peticiones masivas del producto. La realidad, sin embargo, es que la eficacia del Tamiflu es cuestionada por gran parte de la comunidad científica. Muchos se preguntan cómo se espera que pueda servir ante un virus mutante cuando apenas alivia algunos síntomas -y no siempre- de la gripe corriente. Obviamente la respuesta al protagonismo del Tamiflu en nuestras vidas no es científica sino puramente comercial. El Tamiflu era hasta 1996 propiedad de Gilead Sciences Inc. empresa que ese año vendió la patente a los laboratorios Roche. ¿Y saben quién era entonces su presidente? Pues el actual Secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, que aún hoy sigue siendo uno de sus principales accionistas. ¿Y recuerdan que pasó el año pasado? Pues que en cuanto empezó a hablarse de la gripe aviar Gilead Sciences Inc quiso recuperar el Tamiflu alegando que Roche no hacía esfuerzos suficientes por fabricarlo y comercializarlo. Y que tenía «fuerza» para lograrlo lo demuestra que ambas empresas se sentaron a «negociar» y acordaron en un tiempo récord constituir dos comités conjuntos, uno que se encargase de coordinar la fabricación mundial del fármaco y decidir sobre la autorización a terceros para fabricarlo y otro para coordinar la comercialización de las ventas estacionales en los mercados más importantes, incluido Estados Unidos. Además Roche pagó a Gilead Sciences Inc unas regalías retroactivas por valor de 62,5 millones de dólares. Y por si fuera poco la empresa norteamericana se quedó con otros 18,2 millones de dólares extra por unas ventas superiores a las contabilizadas entre 2001 y 2003. A lo que hay que añadir un dato: Roche se ha quedado con el 90% de la producción mundial de anís estrellado, árbol que crece fundamentalmente en China -aunque también se encuentra en Laos y Malasia- y que es la base del Tamiflu. El escenario, qué duda cabe, estaba completo. Sólo había que empezar a encontrar poco a poco aves contagiadas con el virus en distintos países -un ave aquí, otro par más allá- para crear alarma mundial con la ayuda de científicos y políticos poco escrupulosos o de escasa capacidad intelectual y de los grandes medios de comunicación -que como todo el mundo sabe no se caracterizan precisamente por investigar lo que publican o emiten-. ¿Y qué tiene que ver Donald Rumsfeld en todo esto? Pues absolutamente nada. Según un comunicado emitido el pasado mes de octubre por el Pentágono el actual Secretario de Estado norteamericano no intervino en las decisiones que tomó el Gobierno de sus amigos Bush -el presidente- y Cheney -el vicepresidente- sobre las medidas preventivas que había que adoptar ante la amenaza de pandemia. El comunicado afirma que se abstuvo, que no tuvo nada que ver en la decisión de la Administración estadounidense de apoyar y aconsejar el uso del Tamiflu a nivel mundial. Y nosotros le creemos. Como cuando aseguró solemnemente que en Irak había armas de destrucción masiva. Además el hecho de que su nombre aparezca unido a una vacunación masiva contra una supuesta gripe del cerdo durante la Administración de Gerald Ford en la década de los 70 -que dio como resultado más de 50 muertos a causa de los efectos secundarios- no es más que una coincidencia. Como lo es que la FDA aprobara el aspartamo a los tres meses de que Rumsfeld se incorporase al Gabinete de Ronald Reagan a pesar de que tras diez años de estudios no se había tomado ninguna decisión. Sólo alguien muy mal pensado puede plantearse que tuviera algo que ver el hecho de que poco antes de incorporarse al Gobierno norteamericano Rumsfeld fuera el presidente del laboratorio fabricante del aspartamo. Y, por supuesto, tampoco tuvo nada que ver con la compra tras el 11-S del Vistide, fármaco adquirido masivamente por el Pentágono para evitar los efectos secundarios que podía producir la vacuna de la viruela entre los soldados norteamericanos a los que se les aplicó masivamente antes de enviarlos a Irak. Que el Vistide fuera también un producto de los laboratorios Gilead Sciences Inc, creador del Tamiflu, es otra coincidencia. Así que siga usted de cerca todas las informaciones que aún van a darse sobre la gripe aviar y llene su botiquín casero de Tamiflu. Y si hay que comprar algo más, se compra. Faltaba más. Les invito a leer el excelente artículo que Antonio Muro publica sobre ello en el próximo número de la revista